Meditar es separarnos de lo que percibimos real, por un instante, para entrar en un espacio interior que no puede ser definido. Es más una experiencia de sensaciones que de imágenes.
A veces, la mente cuela alguna de sus imágenes
–recuerdos, especulaciones– y la conciencia capta otras que son más elevadas
–colores, formas– pero ninguna de ellas puede distraernos.
Lo
que hacemos al meditar es atestiguar. Observar sin juicio. Hacer un paso atrás
y ubicarnos donde lo veamos pasar todo. Con suficiente distancia para dejarlo
pasar.
Atestiguamos.
Estamos presentes sin involucrarnos. Observamos los pensamientos. Cuando nos
tentemos a dejarnos llevar por ellos, tengamos presente que “es solo un
pensamiento”, sin interferir en su paso. Ya sea que veamos imágenes de lo que
tememos o luces multicolores en forma angelical. Solo dejémoslas pasar.
Eso es meditar.
La
respiración será de gran ayuda porque nos permitirá no mezclar nuestra energía
con lo que estamos percibiendo. Cuando algo nos tiente a llevarse nuestra atención,
respiremos. Y sigamos respirando hasta ubicarnos otra vez en ese espacio donde
somos solo observadores. Donde podemos observar el caos, pero no somos parte de
él.
Poco
a poco lograremos entrar en ese espacio de observación con facilidad. Mientras
tanto, para enfocarnos podemos visualizar un punto. Puede ser un punto como
tal, un punto redondo que podemos visualizar hasta que nos resulte cómodo ver
pasar, tras él, las imágenes y las emociones. Pero en algún momento también
debemos dejar ir ese punto hasta que todo pase, todo siga. Que nada nos
distraiga hasta llegar a tener un segundo de conexión, el segundo más buscado y
el que tanto nos cuesta encontrar.
Julio
Bevione (@juliobevione)
Inspirulina
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